zakaria
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السبت ابريل 22, 2006 9:58 pm |
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La creciente violencia en el fútbol requiere de nuevas medidas preventivas que deben adoptar dirigentes, policías y organizadores con absoluta sinceridad.
La violencia que se viene registrando antes, durante y después de la disputa de un encuentro de equipos profesionales de fútbol no debe tomarse como una expresión más de una sociedad convulsionada y mirar para otro lado, mientras la gente muere o es golpeada brutalmente. No es un tema nuevo, sino un antiguo problema que no encontró solución, aun cuando se dictó una ley al respecto para asegurar que estas reuniones deportivas no se desarrollen en campos de batalla.
En varias oportunidades se formaron comisiones de notables personalidades vinculadas con el fútbol, con la sociología, con los organismos de seguridad, y los dirigentes de los clubes, que son los que más contacto tienen con las llamadas "barras bravas", verdaderas hordas dispuestas a matar, incendiar un estadio, matar a un policía, agredir a los simpatizantes del equipo adversario de turno.
No es fácil olvidar bataholas con armas de fuego que derivaron en largos juicios con condenas a los culpables. Pero cíclicamente, como si contaran con una organización y un objetivo muy claro de alterar el orden, estos enfrentamientos crueles se repiten con la desaprobación unánime de la sociedad.
El fútbol es un deporte y una pasión que lleva a la gente a discutir, como se puede discutir cualquier otro tema. También es uno de los espectáculos deportivos más grandiosos, que reunió siempre a multitudes. Hoy, en cambio, asistir a un partido requiere de un gran valor para exponer la vida, después de analizar qué ubicación se tomará en la cancha, cómo es la "barra brava" visitante y qué temperamento puede llegar a tener la local. Ir sin dinero, con la peor ropa, cuando antes ocurría todo lo contrario, porque a la salida de los estadios había un orden de tal magnitud que la gente que no regresaba a sus hogares caminando o en los transportes públicos, lo hacía en ómnibus particulares o en camiones que tenían por destinos determinados barrios.
La violencia no pasaba de unos manotazos entre pocos que rápidamente quedaban superados y a veces sin intervención policial. Hoy, sólo con ver los preparativos policiales horas antes de un partido de cierta importancia, con los cortes de calles y el desvío del tránsito, ya se comprende que la cancha no es el escenario de una expresión deportiva, sino el campo donde casi con seguridad se desarrollará una guerra.
La expresión más común es preguntar si ello no se puede evitar, y la respuesta es sólo una: se intenta, pero se fracasa. Y hay una reflexión de gente no muy cercana al fútbol, pero sensata: si el fútbol es sinónimo de violencia, entonces que no haya fútbol. Tampoco esto es posible. Porque sería como construir edificios sin ventanas al exterior para disminuir la tasa de suicidios. Lo que se impone es buscar otra vez una solución total, para la cual debe existir la más absoluta sinceridad de los dirigentes del fútbol en todos los niveles, de los organismos policiales y de quienes se sumen con sus profesiones a este cónclave.
Con esa sinceridad se hallarán verdades y orígenes de los desórdenes, y también la decisión de si el fútbol es una manifestación del deporte profesional o un desborde social legitimado. |
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